ingrassia/colovini on 11 Dec 2000 06:16:49 -0000 |
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Mutación del trabajo
La generalización del régimen de fábrica -leyes que
rigen las relaciones de producción propias del capitalismo- se ha visto
acompañada por un cambio de naturaleza y de cualidad de los procesos de trabajo.
En nuestras sociedades, el trabajo tiende cada vez más a hacerse inmaterial
-intelectual, afectivo, tecnocientífico, en definitiva, trabajo de cyborg. La
mutación actual de la naturaleza del trabajo se caracteriza por redes de
cooperación cada vez más intrincadas, la integración del trabajo de apoyo y
protección en todos los escalafones de la sociedad y la informatización de un
largo abanico de procesos de trabajo.
Marx intento aferrar esta mutación a
través del concepto de 'general intelllect', pero debe quedar claro que este
tipo de trabajo, pese a que tiende hacia la inmaterialidad, es tan físico como
intelectual. Se integran al cuerpo tecnologizado apéndices cibernéticos que
terminan formando parte integrante de aquél. Las nuevas formas de trabajo son
inmediatamente sociales en la medida en que determinan directamente las redes de
cooperación productiva que generan y regeneran la sociedad.
En el preciso
momento en que los discursos dominantes lo marginan, el concepto de trabajo
parece reafirmar su posición en el corazón del debate. Parece evidente que el
proletariado industrial ha perdido la posición central que ocupaba en la
sociedad, que la naturaleza del trabajo y sus condiciones han sufrido mutaciones
profundas, ciertamente, que lo que llamamos trabajo ha cambiado
considerablemente. Ahora bien, estas mutaciones, lejos de marginar al concepto
de trabajo, le devuelven una acentuada preeminencia. El hecho de que la primera
ley de la teoría del valor -que intentaba comprender nuestra historia en nombre
de la preeminencia del trabajo proletario y de su reducción cuantitativa a
medida del desarrollo capitalista- no tenga vigencia, no niega toda una serie de
hechos, de tendencias y de constantes históricas: ni, especialmente, que la
organización del Estado y de sus leyes depende en gran medida de la necesidad de
construir un orden de reproducción social que descanse sobre el trabajo, ni que
la forma del estado y sus leyes cambian en función de las mutaciones que sufre
la naturaleza del trabajo. Los horizontes monetarios, simbólicos y políticos que
a veces se intenta que sustituyan a la ley del valor como elementos
constitutivos del lazo social, logran efectivamente excluir al trabajo de las
esferas teóricas, pero, en cualquier caso, no pueden excluirlo de la realidad.
El trabajo como substancia común
De hecho, en la era postindustrial, en el instante en
que el sistema capitalista y la sociedad -fábrica se generalizan y triunfa la
producción asistida por ordenador, la preeminencia del trabajo y la difusión de
la cooperación social por toda la sociedad se vuelven totales. Lo que nos lleva
a una paradoja: en el momento en que la teoría ya no tiene en cuenta el trabajo,
éste ha acabado convirtiéndose en todas partes en la substancia común. La teoría
evacua el problema del trabajo mientras que éste alcanza su máxima fuerza en
tanto sustancia de la acción humana sobre toda la Tierra. Está claro que no sólo
la teoría del valor se ve barrida por este punto de referencia total -si tenemos
en cuenta la imposibilidad de reconocer en el trabajo una transcendencia
efectiva (o incluso simplemente conceptual)-, sino también que esa inmersión en
el trabajo constituye el problema esencial, no sólo económico y político, sino
también filosófico. El mundo es trabajo. Cuando planteaba que el trabajo es la
substancia de la historia humana, Marx se equivocaba no por exceso de audacia,
sino por pusilanimidad.
Nuevas
subjetividades
Como respuesta a las recientes y profundas mutaciones
de la sociedad contemporánea, muchos autores (a menudo alineados bajo la bandera
imprecisa de la posmodernidad) sostienen que debemos abandonar las teorías del
sujeto social para no reconocer la subjetividad salvo en términos puramente
individualistas -¡o que la ignoremos por completo!. A nuestro entender, tales
argumentos han podido reconocer acaso la existencia de una verdadera mutación,
pero han sacado de ello una conclusión errónea. Dicho de otro modo, la victoria
del programa capitalista y la subsunción efectiva de la sociedad en el capital
han generalizado efectivamente las leyes del capital y sus formas de
explotación, delimitando tiránicamente las fronteras de los verdaderos posibles,
cerrando el mundo de la disciplina y del control y transformando a la sociedad
en un sistema "sin afuera", como diría Foucault. Pero este mismo hecho orienta
al sujeto y al pensamiento crítico hacia una nueva tarea: la construcción de sí
mismo, en forma de nuevas máquinas de producción positiva del ser desprovistas
de todo medio de expresión, pero que disponen de una nueva manera de
constituirse, de una revolución radical. La crisis del socialismo, la crisis de
la modernidad y la crisis de la ley del valor no niegan los procesos de
valorización social y de constitución de la subjetividad, así como no condenan
indefectiblemente (con una hipocresía imperdonable) a estos procesos a la
explotación. Es más, estas mutaciones imponen nuevos procesos de constitución
del sujeto -ya no fuera, sino dentro de la crisis que vivimos, es decir, la que
sufre la estructura de las viejas subjetividades. En este nuevo espacio crítico
y conceptual, una nueva teoría de la subjetividad puede expresarse- y esta nueva
definición de la subjetividad es, además, una gran innovación teórica en el
programa del comunismo.
Marx evoca, de hecho, la cuestión de la subjetividad
en sus obras. Marx teorizó un proceso de constitución de las clases que ya
estaba establecido históricamente. En sus obras más importantes, en especial en
El Capital y en los Grundrisse, el interés que dedicaba a las prácticas
subjetivas estaba en gran medida determinado por dos necesidades: en primer
lugar, poner de relieve la necesidad objetiva de los procesos de subjetividad;
y, en segundo lugar, en consecuencia, desterrar del horizonte de la acción
proletaria toda referencia utópica. En la práctica, sin embargo, estas dos
necesidades revelan una paradoja omnipresente en el pensamiento de Marx,
paradoja que consiste en confiar la liberación de la subjetividad revolucionaria
a un "proceso sin sujeto". Podría pensarse que Marx terminó haciendo del
nacimiento y la evolución de la subjetividad revolucionaria y del advenimiento
del comunismo los productos de una especie de "historia natural del capital". Es
evidente que el desarrollo de este análisis marxiano está lleno de errores. En
realidad, Marx, que atribuía como origen de su filosofía la lucha contra la
transcendencia y la alienación, y que consideraba el movimiento de la historia
humana como una lucha contra toda forma de explotación, presentaba también, por
el contrario, la historia bajo la especie del positivismo científico, en el
orden de la necesidad económico-realista. Negaba de tal forma al materialismo
esa inmanencia absoluta que constituye su dignidad y sus fundamentos en la
filosofía moderna.
Hay que aferrar la subjetividad desde la perspectiva de
los procesos sociales que estimulan su producción. El sujeto, como bien
comprendió Foucault, es a la vez un producto y productivo, constituye las vastas
redes del trabajo en sociedad y viceversa. El trabajo es a su vez sujeción y
subjetivación -"el trabajo de sí mismos sobre sí mismos"- de forma que hay que
desechar toda idea de libre arbitrio o de determinismo del sujeto. La
subjetividad de define simultáneamente tanto por su productividad como por su
productibilidad, tanto por sus capacidades de producir como de ser producida.
Nuevas formas de organización
Considerando las nuevas cualidades de los procesos de
trabajo en la sociedad y los nuevos ejemplos de trabajo inmaterial y de
cooperación social en sus diferentes formas, podemos comenzar a percibir otros
circuitos de valorización social y las nuevas subjetividades que se desprenden
de esos procesos. Tal vez algunos ejemplos nos permitan aclarar este punto. En
una serie coherente de estudios llevados a cabo en Francia sobre las recientes
luchas políticas de las enfermeras de los hospitales y de otras instituciones
médicas, diversas autoras hablan de un"valor de uso particular del trabajo de
las mujeres". Estos análisis demuestran que el trabajo realizado, esencialmente
por mujeres, en los hospitales y otras instituciones médicas presupone, crea y
reproduce, valores de uso particulares -o, más bien, la atención dedicada a ese
tipo de trabajo ilumina un terreno de producción del valor en el que las
componentes extremadamente técnicas y afectivas de ese trabajo se han vuelto
esenciales para la producción y la reproducción de la sociedad, llegando a
hacerse irremplazables. A lo largo de sus luchas, las enfermeras no sólo han
planteado el problema de sus condiciones de trabajo, sino que también han puesto
sobre el tapete la cualidad de su trabajo, con relación no sólo al paciente
(deben responder a las necesidades de un ser humano que se enfrenta a la
enfermedad y a la muerte), sino también a la sociedad (utilizan las prácticas
tecnológicas de la medicina moderna). Pero es fascinante poner de manifiesto
que, durante el combate sostenido por las enfermeras, esas formas particulares
de trabajo y ese terreno de valorización han producido nuevas formas de
organización y una figura del sujeto fundamentalmente original: la
"coordination". La forma específica que asume el trabajo de las enfermeras,
desde un punto de vista tanto afectivo como tecnocientífico, en vez de
encerrarse en sí mismo, ilustra perfectamente hasta qué punto los procesos de
trabajo determinan la producción de la subjetividad.
Las luchas de los
activistas contra el SIDA se colocan sobre el mismo terreno. Act-up y los demás
componentes de lucha contra el SIDA en los EEUU no se conforman con criticar las
acciones mundo médico y científico en los dominios de la investigación sobre el
SIDA y el tratamiento de la enfermedad, sino que han intervenido además
directamente en el dominio técnico y han participado en los esfuerzos
científicos. "No sólo intentan reformar la ciencia ejerciendo presiones
exteriores", escribe Steven Epstein, "sino también practicar la ciencia desde
dentro. No sólo impugnan los usos de la ciencia, o el control que se ejerce
desde ésta, sino a veces su contenido y sus procesos de producción" (Democratic
Science?AIDS Activism and the Contested Construccion of Knowledge, pg.37). Todo
un amplio sector del movimiento de lucha contra el SIDA se ha especializado en
las cuestiones científicas y médicas y los tratamientos ligados a la enfermedad,
de forma que estos militantes no sólo pueden vigilar precisamente su estado de
salud, sino también para que se pongan a prueba tratamientos particulares, se
pongan al alcance medicamentos determinados y se tomen nuevas medidas para el
esfuerzo de prevención, cura y derrota de la enfermedad. El grado
técnicocientífico enormemente alto del trabajo de los miembros de este
movimiento abre el camino a una figura del sujeto, una subjetividad que no sólo
desarrolla las capacidades afectivas necesarias para vivir con la enfermedad y
enseñar a otros sujetos, sino que también asimila las técnicas científicas de
punta. Cuando consideramos el trabajo como inmaterial, extremadamente
científico, afectivo y colectivo (o, en otros términos, ponemos de manifiesto
sus relaciones con la vida y con las formas de vida y hacemos de éstas una
función social de la comunidad), observamos que de los procesos de trabajo se
derivan la elaboración de redes de valorización social y la producción de otras
subjetividades.
La producción de la subjetividad es siempre un proceso de
hibridación y, en la historia contemporánea, ese híbrido productivo se produce
cada vez más en la interfaz entre el ser humano y la máquina. En nuestros días,
la subjetividad, despojada de todas sus cualidades aparentemente orgánicas,
surge de la fábrica en forma de un brillante ensamblaje tecnológico. Robert
Musil escribía hace décadas: "Antaño, uno se acostumbraba de forma natural a las
condiciones que nos estaban reservadas, y era una manera muy sana de llegar a
ser uno mismo. Pero, en nuestros días, todo está desquiciado, todo está cortado
del suelo que lo ha nutrido; en lo que atañe a la producción del alma, se
debería, en fin, sustituir el artesanado tradicional por la inteligencia que
suponen la máquina y la fábrica" (El hombre sin atributos). La máquina forma
parte integrante del sujeto, no es un apéndice, una especie de prótesis -otra
cualidad-; es más, el sujeto es ser humano y máquina hasta su núcleo, su
naturaleza. El carácter tecnocientífico del movimiento de lucha contra el SIDA y
la naturaleza cada vez más inmaterial del trabajo social general indican la
nueva naturaleza humana que circula por nuestro cuerpo. El cyborg es hoy el
único modelo que nos permite teorizar la subjetividad. Cuerpos sin órganos,
hombres sin atributos, cyborgs: son éstas las figuras subjetivas producidas y
productivas en el horizonte contemporáneo, las que son hoy capaces de comunismo.
De hecho, comprender el verdadero proceso histórico nos libra de toda
ilusión sobre la "desaparición del sujeto". Cuando el capital ha absorbido
completamente a la sociedad, cuando la historia moderna del capital ha
terminado, la subjetividad, motor de la transformación del mundo por el trabajo
e indicador metafísico de los poderes del ser, nos anuncia que la historia no ha
terminado. O, mejor dicho, la teoría de la subjetividad vincula íntima y
necesariamente esa frontera a esta revolución, cuando atraviesa el territorio
desolado de la subsunción real y sucumbe, por juego o con angustia, a los
encantos de la posmodernidad, mientras ve, en lugar de límites insuperables,
pasos necesarios en la reactivación de los poderes del ser por parte de la
subjetividad.
El Viejo Topo, junio 1998, º 119
Publicado en
Bloc Note, nº12, abril-mayo 1996
Traducción de Raúl
Sánchez