leasar on Tue, 23 Apr 2002 21:14:02 +0200 (CEST)


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[nettime-lat] Le Pen y el compromiso de la acción en Europa



Ya nos hemos enterado, ya sabemos las explicaciones con las que se justifican 
los resultados de la primera vuelta de las presidenciales francesas, ¿y?

Quizás debemos preguntarnos si es posible llevar esos análisis un paso más allá.

Por un lado se habla de una izquierda disgregada que se debate entre dos 
extremos aparentemente incompatibles: el de la participación ciudadana y el de 
la integración en unas estructuras de poder que se encuentran demasiado lejos 
de esa participación ciudadana. La izquierda viene aceptando desde hace años 
los argumentos que conducen a su propia disolución: acepta de una forma 
escandalosa que sus ideas más distintivas forman parte de un catálogo de 
antigüedades inútiles. A partir de ahí la dinámica es clara: los principales 
partidos socialistas se inclinan hacia el centro y pierden por completo su 
identidad, los rasgos que les diferencian de posturas más conservadoras, 
mientras que los partidos más pequeños y cercanos a la izquierda radical quedan 
en una complicada situación al tener que defender la viabilidad de sus 
propuestas en este escenario de desconfianzas.

La izquierda ya no hace soñar, ya no lleva consigo un mensaje de esperanza, se 
debate entre un socialismo oportunista y la política irreal de los más utópicos 
o radicales. El primero intenta aprovecharse de las crisis coyunturales de la 
economía, de los fenómenos de corrupción en la derecha y ciertos detalles y 
decontentos propios de las *políticas menores* (aborto, inmigración, educación, 
eutanasia) para configurarse como alternativa de poder. El resto se enfrentan a 
una profunda crisis de credibilidad que en los últimos años no ha hecho más que 
agravarse. 

En este panorama es casi comprensible que el voto antisistema, el voto más 
idealista, el que lleva una carga mayor de inconformismo se acumule en 
propuestas como las de Le Pen. Hay que tener en cuenta que no todos los 
ciudadanos tienen el mismo acceso a la información, ni la misma capacidad para 
valorar los distintos discursos. No hay que extrañarse que una parte 
significativa del electorado (compuesta pincipalmente por personas de mediana y 
avanzada edad y de formación media/baja) caigan prendadas del cuidado discurso 
demagógico e idealista de Le Pen y concedan menor importancia a los *deslices* 
ultraderechistas del mismo. 

Si Le Pen juega con un tipo de demagogia que tiene unos destinatarios muy 
concretos, ¿cómo compensar y anular la potencia de este tipo de discursos en 
esas audiencias?
 
Este es el reto que tienen que plantearse los partidos de izquierdas. Elaborar 
estrategias que muestren que una acción radical y esperanzadora es posible 
dentro de las estructuras de poder. Demostrar que hay campos en los que es 
posible actuar desde la izquierda más idealista. Que son posibles formas de 
organización política que faciliten la participación ciudadana. Dinamizar 
centros de información ciudadana y promover consultas públicas. Con esta labor, 
que se realizaría a pequeña escala y partiendo de agrupaciones locales, podría 
recuperarse justamente la credibilidad que posturas como las de Le Pen obtienen 
gracias a simples retóricas y discursos. Frente a las palabras hechos.


Aquí es donde entra en juego el tercero en discordia y lo que concierne a todo 
lo que viene conociéndose como activismo. En mi opinión el problema de buena 
parte de las estrategias que conocemos como activismo es su avaricioso purismo. 
Por unas u otras razones existe un buen número de iniciativas, ideólogos, 
críticos, etc. que por algún tipo de disensión básica respecto al sistema 
político quedan al margen del sistema electoral, es decir: no son elegibles en 
elecciones, están al margen del sistema participativo. 

No voy a defender yo el estado del ámbito político en la actualidad. Tan sólo 
me atrevo a cuestionar la legitimidad de todas esas estrategias de alejamiento 
de la política real, aquella que tiene como referencia los procesos electorales 
en los que las personas eligen a sus representantes en instituciones públicas. 
No voy a negar la importancia que grupos alternativos puedan tener (desde ONGs, 
a grupos libertarios, etc.), sin embargo dudo mucho que estos grupos estén 
reforzando directamente el sistema democrático. Si por un lado ofrecen puntos 
de vista lúcidos y enriquecedores, por otro contribuyen a pensar en el ámbito 
político como un ámbito impracticable y que imposibilita las formas más básicas 
de participación ciudadana al constituirse como el resultado del mero juego de 
intereses de partidos. Por mi parte intento pensar que es necesario un *asalto* 
a ese ámbito político, la entrada de posturas nuevas y renovadoras que ofrezcan 
alternativas y nuevas formas de participación. En los partidos políticos hay un 
potencial de acción que no debe dejarse en manos de irresponsables. Activismo y 
política no tienen porqué ir separados. Creo sinceramente que el compromiso de 
la acción pasa hoy de forma ineludible por los partidos políticos, que hay que 
implicarse al máximo desde dentro para combatir el hermetismo por el que las 
instituciones públicas parecen bunkers inalcanzables ante los que sólo cabe 
manifestarse. La afiliación a un partido puede ser un primer paso.


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