Raul yepez on Tue, 11 Nov 2003 03:01:13 +0100 (CET)


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[nettime-lat] Diccionario de la década / Néstor García Canclini



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Diccionario de la década

Por Néstor García Canclini
Grupo Reforma

Distrito Federal (7 noviembre 2003).- ¿Con qué palabras, en qué genero, 
describir cómo nos globalizamos? Se dice que una pista para valorar cuánto 
ha cambiado el mundo en los últimos 10 años es fijarse en los términos que 
no existían antes, por ejemplo broker, compact, escanear, internauta, 
teletienda, virus informático. Voy a detenerme en otras palabras que tal vez 
iluminen mejor por qué se ha vuelto difícil seguir narrando la globalización 
con tono épico o tecnocrático.

Desórdenes. Hemos pasado de una globalización económica y tecnológica vista 
como destino único del mundo a los conflictos e incertidumbres de una 
globalización intercultural que nadie sabe cómo gobernar. En la década de 
los 90 el FMI y el Banco Mundial habían convencido a los gobiernos y los 
medios de que la apertura económica, la privatización del patrimonio de cada 
nación (energía, petróleo, bancos, aerolíneas) y su entrega a 
transnacionales, traerían los únicos beneficios sociales que podían esperar 
los postergados de cada país. Los tigres asiáticos exhibían aún sus saltos 
milagrosos, y los presidentes Menem y Salinas, con resultados más modestos, 
todavía ganaban elecciones presumiendo ante sus países que los estaban 
colocando en el primer mundo.

Seattle, Génova y Cancún son algunas de las ciudades donde quienes lideran 
los fracasos de aquellas promesas encontraron difícil reunirse y llegar a 
acuerdos. Ya no les basta atrincherarse, porque algunos gobernantes que 
participan en las negociaciones (de Argentina, Brasil e India) también 
cuestionan el modo actual de globalizarnos. Muchas otras ciudades se han 
vuelto escenarios del descontento y la inseguridad: aun quienes no tienen 
torres derrumbadas, ni terrorismo o secuestros diarios, no saben qué hacer 
con tantos millones de turcos en Berlín, musulmanes de tantos países en 
Londres, París y Roma, sudamericanos en Madrid y Barcelona, cubanos, 
colombianos, mexicanos, peruanos y salvadoreños en California, Florida y 
Nueva York.

Las tres formas básicas de la globalización comunican ampliamente, pero 
también producen desarreglos generalizados: el dinero y las mercancías 
circulan sin reglas claras; los migrantes desestabilizan las relaciones 
entre territorio, cultura y naciones; y los medios masivos informan a todos, 
simultáneamente, de las incertidumbres ingobernables.

Diversidad. Los periféricos se mudan porque sus países fueron despojados por 
los saqueos de las transnacionales, y suponen con sensatez que los 
beneficios deben estar en el norte. Esperan acceder a una parte, aunque sea 
vendiendo mercancías prohibidas. Aun los migrantes que tratan de integrarse 
correctamente son tan numerosos, comen y visten de maneras tan distintas, 
que han vuelto inservibles todas las definiciones de Occidente.

Creció tanto la diversidad generada por la globalización que ésta ya no se 
puede confundir con la uniformidad que se le atribuía. Ni en México, ni en 
Madrid, ni en Buenos Aires, la multiplicación de McDonald''s o la difusión 
de CNN va convirtiendo a las multitudes al american way of life . Los dueños 
del comercio mundial generan sentimientos muy variados: admiración, rencor, 
opciones alternativas y a veces indiferencia. Después de una o dos décadas 
de expansiones globalizadas, en todas esas ciudades hay más restaurantes 
sushis y otros asiáticos, latinoamericanos o tex-mex que McDonald''s. Crecen 
las opciones de televisión por cable, no sólo de canales en inglés.

Es difícil sostener la diversidad: caen editoriales, productoras de discos y 
de películas en los países periféricos, aun en los más desarrollados 
(Argentina, Brasil y México). Pero nada permite pensar que el mundo va hacia 
una sola lengua, ni comidas de un único gusto. La censura y la uniformidad 
posteriores al 11-S fueron bastante eficaces en Estados Unidos, pero en el 
resto del mundo y en internet se multiplican las voces. Las televisoras y 
radios amplían nuestro horizonte con analistas discrepantes de todos los 
continentes. En París anuncian un canal para que sea "la voz de Francia en 
el mundo", y dicen que eso significa ser capaz de "competir con CNN, BBC 
World o Al Jazira". Desde universidades estadounidenses y europeas, Premios 
Nobel de Economía, como Stiglitz, dejan de asesorar al Banco Mundial y 
proponen rumbos alternativos.

"El otro, ayer, era diferente, pero alejado. Hoy es también diferente, pero 
omnipresente en el televisor del comedor como en el extremo de las redes", 
escribe Dominique Wolton. La cuestión ya no es cómo homogeneizar a los 
extraños sino cómo comprenderse, o soportarse. Sigue habiendo bushes y 
giulianis, y no faltan gobernantes de otros países que los llamen para poner 
orden. Políticos que prefieren actuar como gerentes insisten en que los 
planes económicos y los programas de investigación (policial y científica) 
hay que comprarlos en las metrópolis. También fracasan quienes reaccionan a 
esas subordinaciones inútiles buscando --todavía-- alguna pureza autóctona, 
una sabiduría preglobalizada local que nos redima. Como si pudiéramos 
regresar de la globalización a algún edén que no sea multicultural e 
inequitativo.

Este mundo que se mundializa, tan disparejo y erizado de guerras, es el 
único que tenemos: necesitamos cohabitar con los diferentes, reinventar la 
educación para que la escuela se articule con la televisión, internet y los 
otros recursos que pueden ayudarnos a entender y orientarnos. Sería más 
fácil para los países latinoamericanos, unificados bajo dos lenguas, que en 
la Unión Europea dividida entre 20. Tenemos bastante éxito exportando 
músicas, telenovelas y literatura: ¿no será posible ponernos de acuerdo para 
que nuestros libros y películas circulen fluidamente entre nuestras 
sociedades, para contar con un canal continental público que sea el 
equivalente de Al Jazira al representar nuestras opciones e intereses 
regionales?

Enmascarados. La televisión satelital, los teléfonos celulares y los 
extraños que se meten en nuestro e-mail dan la sensación de que pueden 
localizarnos y enviarnos mensajes todo el tiempo. Pero los desplazamientos 
incesantes vuelven difícil adivinar desde dónde nos hablan y quién nos 
habla. El incremento multipolar de informaciones trajo la libertad de la 
deslocalización, pero también trampas e indefiniciones identitarias.

Guillerm Bon Bonzá, doctor en educación de la Universidad Autónoma de 
Barcelona, envió a varios congresos tres ponencias con nombres falsos, 
párrafos plagiados e insultos racistas escondidos en citas en alemán. Una de 
las comunicaciones la firmaba Hans Heidelberg, supuesto profesor titular de 
la inexistente Universidad Politécnica de Mönchengladbach. Al develar su 
trampa, dijo que los trabajos, aceptados por comités de especialistas y 
editados en los CD Rom de tres universidades importantes, revelaban los 
teatros inverosímiles en que se han convertido las ferias internacionales de 
vanidades académicas.

Se multiplican últimamente los ejemplos que revelan los riesgos de confiar 
demasiado en los mercados, incluso en los mercados de bienes científicos. 
Aun en las empresas transnacionales más nombradas del mundo editorial. En 
octubre 2000 una lectora de la novela Sabor a hiel , con la cual la locutora 
televisiva española Ana Rosa Quintana se estrenaba en la literatura, reveló 
que muchas páginas de ese relato estaban copiadas de Álbum de familia , de 
Danielle Steel, y otras del libro de Ángeles Mastretta Mujeres de ojos 
grandes . Sorprendida por el descubrimiento, la "autora" intentó justificar 
el plagio diciendo que los párrafos importados habían caído en su relato 
"por un problema de inexperiencia, un error informático y un fallo de los 
documentalistas". ¿Documentalistas? En el mundo editorial suele hablarse de 
negros al referirse a quienes trabajan anónimamente para que un supuesto 
literato firme, "práctica generalizada --según el diario El País -- en el 
salvaje mercado del best seller ".

La cuestión va más allá de esta novela editada por Planeta y otras 
semejantes en distintas editoriales. Juan José Millás pregunta: "¿Por qué 
una locutora famosa no puede alquilar su nombre para vender un folletín? 
También el Rey y el presidente del Gobierno firman discursos que les 
escriben otros sin que nadie se escandalice. ¿Por qué pedirle a una 
presentadora de televisión más que a un Jefe de Estado?". La comparación 
entre una trampa editorial, una táctica publicitaria y un modo de producción 
delegada de los discursos políticos configura al final un mundo en el que no 
sabemos cómo diferenciar a los que producen de los que simulan. El 
entusiasmo posmoderno ante los sujetos ficticios, por el carácter construido 
de las identidades, no se justifica del mismo modo en contextos lúdicos o de 
riesgo. ¿Puede existir sociedad, es decir pacto social, si nunca sabemos 
quién nos está hablando, ni escribiendo, ni presentando ponencias?

Piratas. Desde los años 90 del siglo pasado, cuando cinco empresas 
transnacionales se apropiaron del 96 por ciento del mercado mundial de 
música (las majors EMI, Warner, BMG, Sony, Universal Polygram y Phillips), 
estas compañías compraron pequeñas grabadoras y editoriales de muchos países 
latinoamericanos, africanos y asiáticos. Por ejemplo, en Brasil toda la obra 
de Milton Nascimento, registrada en los años 70 por la editora Arlequim, 
pertenece ahora a EMI. Por eso, una de las más célebres canciones 
brasileñas, Travesía, "cambió de nombre y se llama Bridges, y sus autores 
pasaron a ser Milton Nascimento y Give Lee, que la tradujo al inglés", según 
relata José Jorge de Carvalho. Hay casos aún más graves: docenas de 
grabaciones editadas por la Discos Marcus Pereira --resultado de una extensa 
investigación de campo y registro sonoro etnográfico de géneros 
tradicionales brasileños-- fueron vendidos con todo el acervo de esta 
compañía a Copacabana Discos, la cual después fue comprada por EMI, 
posteriormente vendida a Time Warner, y luego adquirida por AOL. Hasta 
Heberto Paschoal, uno de los músicos más innovadores de Brasil, para tocar 
sus obras en conciertos tiene que pedir permiso a una de las majors si no 
quiere caer en la ilegalidad de ser denunciado pirateándose a sí mismo.

Secretos. Las dudas sobre quién nos habla no se acaban en las 
falsificaciones. Hasta los años 70 íbamos a ver películas de Visconti o 
Antonioni, Trufaut o Wajda, Buñuel o Glauber Rocha. Luego, nos fueron 
convocando a ver filmes de Reagan y Schwarzenegger, y fue volviéndose 
difícil distinguir entre la pantalla y la política, entre los que piensan, 
gobiernan o actúan. Hasta en las artes colectivas, como el teatro, la música 
orquestal y el cine, "artes de cooperación" como las nombró Howard S. 
Becker, había un director de la película o del espectáculo que se hacía 
responsable.

Después de buscar inútilmente nombres de directores conocidos en los 
anuncios de películas hollywoodenses, me queda una larga incertidumbre. 
¿Quién es el autor? Ningún deconstruccionista ha hecho tanto para volver 
insignificante esta pregunta como los carteles publicitarios de página 
entera en los diarios que despliegan enormes fotos de espías, "bad boys", 
"guardadoras de secretos" y "duros de matar", a cuyo pie firman 
www.columbiapictures.com y www.sony.com. Me gustaría identificar algún 
nombre personalizado que se comprometa con el producto para anticipar los 
riesgos cuando vuelva a encontrarlo.

Cada vez más el mundo (no sólo las artes y la ficción) funciona así. ¿Dónde 
están las oficinas de las empresas responsables de los cortes de luz durante 
días enteros en Nueva York, en California o en toda Italia? ¿Quién se llevó 
los fondos de pensiones que acumulamos toda la vida? Dicen que después del 
Terminator elegido gobernador en California, seguirá Mickey Mouse: en vista 
de saber a quién reclamar, ¿habrá diferencias?

"Nuestras líneas están ocupadas; lo atenderemos en un momento", dice una voz 
grabada cuando queremos pedir una información o expresar una queja. Cada vez 
es más arduo encontrar a un fabricante que venda el producto, incluso al 
mismo empleado que nos lo vendió o nos dio una información. Detrás de los 
empleados que rotan de una empresa a otra, de las voces anónimas que se 
reemplazan según el azar de los turnos, hay "cadenas" de tiendas, "sistemas" 
bancarios, "servidores" de internet. Cuando algo no funciona es porque "se 
cayó el sistema" o "se desconectó el servidor". La tecnologización de los 
servicios, aliada con la precarización laboral, propicia que los sujetos 
individuales y colectivos se disipen.

A quienes les clonaron recientemente las tarjetas en los cajeros de Banamex 
y Bancomer, con alarde de impunidad (según los bancos porque "el gobierno se 
niega a pagar los custodios"), les dicen que si quieren ver los videos con 
la filmación de las sucursales donde les robaron deben pagar 200 pesos por 
cada uno. Y si deseamos ver los videos de las sesiones de directorio de esos 
bancos, ¿cuánto cobrarían si se trata de los directorios nacionales y cuánto 
por los de las oficinas centrales, aquellos que realmente toman las 
decisiones en Nueva York o en Madrid? Un escritor que todavía firmaba sus 
obras teatrales, Bertold Brecht, le hizo preguntar a un personaje: "¿Qué 
diferencia hay entre quien roba un banco y quien lo funda?".

No sólo los bancos, toda la economía se ha vuelto una rama de la literatura 
policial. Informaciones confidenciales sobre movimientos de bolsa, cuentas 
secretas y numeradas, financiamientos sospechosos en las campañas políticas, 
votantes estafados. "La fuga de capitales", dice Ricardo Piglia, "es una 
metáfora perfecta del terror actual".

Wash and wear. Pocos gobernantes han logrado escapar a la responsabilidad de 
sus desarreglos, con simulaciones de identidad como la de Fujimori, el 
ingeniero que llegó a la presidencia de Perú como figura incontaminada 
porque "nunca había sido político" y huyó a Japón amparándose en su otra 
nacionalidad. Como Menem y Salinas, agente doble o triple en intrigas que 
los ciudadanos, como todas las víctimas, siempre descubrimos tarde.

En el año 2000 un grupo comenzó a reunirse en la Plaza Mayor de Lima, frente 
al Palacio de Gobierno, para lavar la bandera. Todos los viernes, a partir 
de mediodía, con agua limpia, bateas rojas y jabón "Bolívar". Se fueron 
formando colas y multiplicando las banderas, que eran colgadas para secarse 
lentamente. En muchas provincias de Perú, en sus plazas públicas, miles se 
sumaron a esta forma de resistencia y protesta. Se lavaron también uniformes 
de generales corruptos, togas de jueces mafiosos y hasta banderas del 
Vaticano frente a la Catedral de Lima el día en que Karol Wojtyla dio su 
misa de recibimiento como cardenal a Juan Luis Cipriani, oscuro cómplice de 
Fujimori. Al final de un régimen que manipuló los medios masivos y trató de 
fijar a los ciudadanos como espectadores, el gesto de recuperar símbolos 
clave en las plazas y reactivar la participación: rehacer el sentido de lo 
público en la nación.

Centenares de acciones semejantes --asambleas y cacerolazos en Argentina, 
movimientos de los Sin Tierra en Brasil, marchas indígenas en Bolivia y 
Ecuador-- intentan regenerar el tejido y el sentido social. En los carteles 
de esas manifestaciones aparecen los nombres de corruptos políticos 
nacionales y las siglas de empresas globalizadas: esa distancia entre los 
cercanos conocidos y los culpables sin rostro es el formato cultural 
predominante de la globalización. Algunas claves de esa intriga policial 
comienzan a aclararse en investigaciones académicas y foros políticos o 
sociales, como el de Porto Alegre. La pregunta que sigue es si podremos 
organizar mundialmente una sociedad civil capaz de actuar a la medida de las 
redes y simulacros de este mercado polimorfo. No sólo con acciones 
simbólicas y efímeras.

Hay una vasta agenda de la globalización cultural: proteger la propiedad 
intelectual y todos los patrimonios tangibles e intangibles, gestionar las 
relaciones interculturales con sentido democrático, dar espacios y pantallas 
a la diversidad. La cuestión cultural es, en síntesis, trabajar con aquello 
que en la globalización no es literatura policial. O puede ser reescrito en 
el mejor estilo de este género, como los relatos de Borges, Hammett y 
Hitchcock, más fascinados por las preguntas que por la destrucción del 
adversario, por pensar la complejidad que por imponer el desenlace.


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